lunes, 16 de junio de 2008

En medio del desierto

“Preparen en el desierto un camino para el Señor…
Que el terreno escabroso se nivele, y se alisen las quebradas…
Entonces se revelará la gloria del Señor,
Y la verá toda la humanidad.
El Señor mismo lo ha dicho.”

(Isaías 40: 3 – 5)


La vida es un desierto.
Para muchos.

Un desierto que se cuela en los hogares, con la arena de la soledad, de la incomprensión, del desamor, de la violencia.

Triste realidad que se va multiplicando, mientras se suman las crisis, se restan las soluciones y se dividen las familias.

El desierto en que muchos niños, nuestros niños, se van debilitando, y quedan a merced de la destrucción, disfrazada en maneras sutiles muchas veces, cuando no evidentes, pero siempre desvastadora.
No es esa la voluntad de Dios.
Su voluntad es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2 b)

Su voluntad es que todos puedan vivir la vida para la que fueron creados. Vida en plenitud, vida en gozo y paz.

¿Qué nos toca, como docentes y cristianos, ante esta realidad?

Primero, no bajar los brazos. Más bien, elevarlos al Dios y Padre, clamando por la vida de los pequeñitos (Lamentaciones 2:19)

Segundo, tomar conciencia de que cada día, frente a cada clase, cada uno está en el lugar que Dios ha dispuesto, haciendo lo que Él ha dispuesto, de la manera que Él indica.

Tercero, preparar un camino (a través de nuestros corazones entregados) para que la Presencia de Dios se manifieste, a través de cada uno de sus hijos, quienes día a día, frente a una clase, intentamos formar a los ciudadanos del futuro.

Cuarto, recordemos que somos "cartas leídas" (2da. Corintios 3: 2 y 3)
En consecuencia, llenémonos cada día de la Presencia de Dios, de modo que aún sin palabras, Él pueda manifestarse y tocar las vidas.

¡Él está con nosotros!

Por la formación en paz de las nuevas generaciones.

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